lunes, 28 de diciembre de 2009

De por que "Isla 10" debería ir por el Oscar

Por Luis Felipe Horta

Aclaro que este texto no es un institucional sobre Miguel Littín, ni sobre el Consejo de la Cultura, ni los Cineastas. Ellos ya tienen el suficiente poder económico como para defenderse por si solos.

Este texto no obedece a la defensa de nadie. Y simplemente expongo un par de razones a mi parecer lógicas dentro del mercado audiovisual para considerar pertinente la competencia de una película versus otra en un evento netamente comercial como son los Premios Oscar, que entrega Estados Unidos y su sistema capitalista. Además, son dos películas que transparentan su aspiración a llegar a este sistema, que no se preocupa necesariamente de premiar recursos estéticos, rupturistas o discursivos.

¿Alguien recuerda cual fue la película chilena del año anterior que aspiraba a llegar a la competencia? ¿Alguien recuerda la primera película chilena en postular a este premio?

En su justa razón, los premios Oscar no representan mucho para un cine tercermundista, precario, sin industria y sin star system. Les pesa a muchos, que sueñan con alfombras rojas, cámaras y flash al estilo TV Cable, farándula y glamour rosa. El “problema” es que el cine que históricamente ha traspasado las fronteras continentales y a su vez ha significado una revolución concreta dentro de los parámetros audiovisuales locales, es aquel que surge desde la precariedad, del discurso firme, del vínculo con los problemas propios de las sociedades de este continente y de prescindir de figuras para subvertir el lenguaje. Léase Nelson Pereira dos Santos, Jorge Sanjinez, Santiago Álvarez o Glauber Rocha, solo por citar algunos.

De esa generación es que proviene Miguel Littín, del cual podríamos decir muchas cosas, pero menos que es un novato.

La estrategia de presentar al Oscar una película de Littín me parece tremendamente inteligente por parte del Gobierno. Ha competido dos veces antes por obtener dicho premio (o sea, se ha colado entre los de verdad, como no lo ha hecho otro cineasta chileno), y su experiencia anterior bien puede significar que esta vez si le otorguen el premio, entendiendo que la industria norteamericana funciona en base a cuoteos, estrategias y operaciones que giran en torno al capital.

Hay mas datos que no se han puesto en la mesa, que son desconocidos u omitidos por la “prensa especializada”,  pero que fundamentan la estrategia gubernamental cuando se postula una película de estas características. Littín es considerado en el país del norte uno de los cineastas mas importantes del continente, autor de una de las cinco mejores películas latinoamericanas (“El Chacal de Nahueltoro”, 1969) y candidato en dos oportunidades al Oscar por Mejor Película Extranjera (“Actas de Marusia”, 1976 y “Alsino y el Condor”, 1982). Es un curriculum con que viéndolo en frío, nos permite reflexionar que Littín es hoy el único cineasta nacional en condiciones de hablar de igual a igual en el mercado norteamericano.

Por otra parte, Littín maneja una red de contactos feroz en el extranjero, la cual acá tampoco se conoce. Desde Robert Redford hasta el aproblemado Roman Polansky. Y todo esto a partir de una serie de películas extremadamente grandilocuentes, enraizadas en una corriente marxista épica que siempre va a ser bien vista por los norteamericanos arty, que aún viajan a vacacionar a nuestro continente para contemplar los curiosos experimentos socialistas de postal y sus posteriores temblores.

Littín tiene algo que en el mercado del cine es fundamental, y es el “prestigio internacional”. En la música suele pasar algo parecido cuando todos hablan de una banda solo por ser un lugar común, pero nadie la escucha. Afuera de Chile, pasa lo mismo con el cine de Littín. Y su nominación obedece a esto, a que se articula en la industria gringa el reflejo condicionado al simple hecho de escuchar el nombre de Miguel Littín, lo que le agrega serias posibilidades de escalar para colarse entre los nominados, que es finalmente el premio mayor que busca el Gobierno y el la producción.

Otro plus de la película es el tema. Si bien en Chile hay una reticencia a hablar del golpe de estado –reticencia fantasmagórica propulsada por los medios de comunicación básicamente, ya que, entendámoslo, aún no se habla concretamente del tema en una película chilena- fuera de nuestro país es un tema que se trata tal como se habla del nazismo o el fascismo. Dudo haber escuchado a alguien alegar por que se exhibe una película que hable de los nazis. Nadie encontró “repetitiva” la película de Spielberg. Pues bien, quiéranlo o no, el nombre de Chile se sigue asociando a la dictadura, a la tortura, al trauma del exterminio sistematizado llevado a cabo por los militares apoyados por civiles. El mercado extranjero entiende como terriblemente noble que el propio país enfrente sus traumas (que en esta película son los dramas de los jerarcas, de los “ganadores” que llegarían con el correr de los años al poder nuevamente, revestidos de burgueses socialistas renovados), ya que una de las principales armas del mercado es subvertir el discurso popular para mercantilizarlo.

Ante este panorama, “La Nana” aparece solamente como una buena ópera prima (“La Vida me Mata” no existe para los norteamericanos, y siendo concretos acá en Chile…¿alguien la vio?), realizada por un aristócrata en la casa de sus padres, y fundamentalmente basada en el carisma y tremenda actuación de Catalina Saavedra.

“La Nana” es la representación de un mundo, correcta en su factura, y que termina siendo una metáfora del país, de un país que finalmente sale del clóset de la mano de la empática clon de Michelle Bachelet que representa Mariana Loyola. La película es localista, pero a la vez cuica, tal como le gusta a la gente.

Littín representa la antítesis de Sebastián Silva y Pedro Peirano, este último enraizado con los cómicos “Plan Z” y “Factor Humano” del tan lolo como extinto canal Rock & Pop. Son jóvenes, inteligentes, arrogantes, regios, perfumados, usan anteojos de marco y son divertidos en las respuestas.

Littín es viejo, feo, pesado, huele a nicotina o naftalina, y goza de la antipatía de un generoso sector del medio audiovisual. No hace una película entretenida hace años, y huele a mega producción.

El mito se levanta en parte por omisión, por ese grupo de cineastas que mas que defender a “La Nana”, están defendiendo su grupo social, lo que ellos aspiran ser y nunca podrán concretar, que es hacer una película aparentemente barata y que se gane el Oscar, la farándula, el desayuno con Felipe Camiroaga, las fiestas rosa y los viajes al primer mundo. El argumento es que Littín ya tiene todo eso, no lo necesita.

El problema es que las decisiones de quien va a competir por un Oscar no los toma la gente, esa gente que ni siquiera va al cine a ver películas chilenas, sino que son decisiones administrativas, estratégicas, donde importa mas que la obra, la “imagen país”. Es como reclamar por pagarle millonadas a Bielsa, pero después subirse al carro de la victoria cuando éste gana boletos al Mundial de Fútbol.

Por otra parte, los Premios Oscar son producto del mercado, del negocio bursátil tras el espectáculo del cine. Quien esté por destruir los viejos conceptos que ranciamente cubren la actividad, nunca se interesará mayormente en competir, menos en la farándula norteamericana. Plantear dos “bandos”, es una torpeza de aficionados, entendiendo que en una industria consolidada no hay dos, sino cien “bandos”, ya que el pluralismo permite la coexistencia de diferentes expresiones, todas válidas, cuestionables, y por ende sujetas a la crítica.

“Dawson, Isla 10” es una seria competidora por colarse entre las nominadas a un Oscar, y eso no le quita méritos a “La Nana” que resulta ser bastante competitiva en términos discursivos y formales. A su vez la película de Silva-Peirano se ha mostrado en gran parte del mundo, han viajado, comprado ropa nueva y se han fotografiado con artistas de verdad. Silva hace contactos telefónicos con CNN desde New York, anuncia que filmará allá su nueva película “donde si lo valoran”.

Se siente respaldado por un gremio al cual nunca conoció, donde no hizo nada por reclamar contra la denigrante retención por parte de las fuerzas policiales de las cintas filmadas por la documentalista Elena Varela y que contenían años de trabajo registrando la represión contra los mapuches. Gran parte de ese mismo “gremio” lo apoya para no apoyar al otro.

Siempre es bien visto la “no oficialidad”, la alternativa (y “lo alternativo”) y Silva encarna perfectamente eso, lo políticamente incorrecto. Sin embargo, visto hoy, lo mas políticamente incorrecto es apoyar a Miguel Littín. Y que ganas de que no solo quede nominado al Oscar, sino que se lo gane. Será el triunfo de un cine que no existe, de un país pobre que cree en el marketing y la televisión. Pero no nos hagamos ilusiones. Además de que los Premios Oscar no significan nada, excepto para los mercaderes, es tan difícil que premien una película latinoamericana como que Chile salga campeón del Mundial de Fútbol.

sábado, 26 de diciembre de 2009

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Aca hablaré de cine, pero hoy no